top of page

Movilización Vandálica y Brutalidad.

Un vándalo es, según el diccionario de la RAE, aquel que actúa con brutalidad, violencia y espíritu destructor. Históricamente, los vándalos fueron pueblos germanos que se asentaron en ciertas regiones de España y al norte de África, causando serios dolores de cabeza al imperio romano en cuanto al control de territorios africanos. Su nombre como pueblo, entre múltiples significaciones, estuvo asociado etimológicamente a la idea de “confederados” y” mentirosos”.  En Colombia, el término vándalo ha sido utilizado por el Gobierno para denominar de forma indistinta toda forma de movilización popular derivada de la indignación ante el despojo.
 
En la alocución presidencial de la mañana de hoy, 30 de Agosto, Juan Manuel Santos condenaba de forma categórica los actos vandálicos de las protestas en el marco del Paro Nacional Agrario. A través de un implacable señalamiento, Santos situaba una vez más una de las ideas constantes que le han permitido al Estado deslegitimar la protesta popular. Dicha idea no es otra que la de la asimilación indistinguida entre vandalismo y movilización. Un acto vandálico, para el gobierno, viene siendo aquel que implica alteraciones para el orden público, para los flujos normales de movilidad de la ciudadanía, para la circulación del capital en el país y para la tranqulidad de todos aquellos a quienes sus intereses económicos, políticos y sociales no tienen afectaciones significativas. En dicha lógica, por otro lado, toda demanda que se fundamente en la alteración de determinados intereses debe ser tramitada a través del diálogo y, eventualmente, a través de la instancia pacífica. De este modo, cualquier apelación a una vía de hecho que implique una exaltación sobresaliente al normal orden de las cosas siempre será, en el discurso del Gobierno, una cosa claramente vandálica, siendo posible en el caso de la actual coyuntura afirmar que es con “Los Verdaderos Campesinos, Los verdaderos ciudadanos”, con quienes se negocia y se concerta. Así, se desestima toda medida de hecho relegándola al plano de lo falso y de lo no-político. En últimas, de lo vandálico.
 
De cara a esto, hay una serie de cuestiones en cadena que habría que considerar. En primer lugar, habría que preguntarse si toda forma de movilización, desde marchas y plantones hasta cacerolazos y bloqueos, está despojada de una  intención política y sólo tiene un fundamento depredador desenfrenado, tal cual lo quieren hacer ver. En tanto en los acontecimientos de movilización popular surgidos en el marco del paro han habido reclamos en cuanto a la necesidad de encontrar salidas al deterioro de la vida económica, social y política del país en el marco de un férreo proyecto neoliberal, existiendo además una respuesta solidaria masiva en relación a sectores sociales de la vida civil en su conjunto y no estrictamente campesina, la respuesta a este primer interrogante, entonces, es que no puede ser negado el contenido político y transformador de la movilización popular que irrumpe contra el orden establecido. La movilización, antes bien, hace parte de un deseo de atacar las contradicciones sobre las que se levanta el edificio de problemas que hoy nos aquejan como pueblo. Hace parte también de la rabia y la indignación colectiva que ha despertado en nuestros estómagos, en nuestros bolsillos, en nuestra noción de justicia y en nuestra sensibilidad.
 
Surge entonces una segunda cuestión a abordar, y es aquella de si aún a pesar del contenido político de la movilización no han existido actos vandálicos en algún nivel. Revisando lo acontecido, aunque el grueso de la movilización irrumpe contra el orden con estrategias determinadas, es claro que se han presentado contingencias muy problemáticas y dolorosas. Aunque puede estar éticamente justificado atacar transnacionales y bancos, el saqueo a pequeños negocios como restaurantes, mercados barriales ó tiendas también de extracción popular no puede ser aceptable en la medida en que nos confronta como pueblo. En cuanto a este segundo interrogante, entonces, hay que decir que ha habido vandalismo en algunos niveles. Eso nos implica dejar claro, no obstante, que cualquier acto vandálico surgido en esta coyuntura ha sido contingente y no fundamental. Las movilizaciones, como hemos venido señalando, no pueden ser clasificadas como hordas vandálicas.
 
Ahora bien, lo anterior nos plantea otra cuestión. Una vez aceptada la idea de que en niveles contingentes y no generales ha habido vandalismo, ¿Quién tiene la culpa por el vandalismo? Nuestra respuesta, sin titubeo alguno, es que el culpable es el Estado en el marco de una disputa de clase. En primer lugar, por dejar que una protesta pacífica escale al tamaño en que a 10 días de paro ha podido escalar, negándose a negociar cosas que son justas y a proporcionar soluciones concretas y efectivas a las reivindicaciones del pueblo. En segundo lugar, porque no sólo los campesinos han estado olvidados del Estado, como ha dicho Santos, sino también los pobladores de las ciudades y entre ellos de forma preeminente los jóvenes. No es casualidad que el "vandalismo" se produzca en gran medida en las zonas más "deprimidas" de la ciudad, en donde para las y los jóvenes no hay oportunidades laborales ni educativas; allí, antes bien, se les reprime, se les estigmatiza y se les relega a la penumbra de la escoria social.
 
De la mano de lo anterior, hay que situar aquí otro interrogante importante: En términos estratégicos ¿A quién le sirve más el vandalismo? De nuevo, la respuesta es que al gobierno, pues es a partir de la impugnación de lo vandálico que Santos ha podido aminorar y desestimar los alcances y la legitimidad de la movilización popular. Pero adicionalmente, porque gracias al señalamiento de lo vandálico el gobierno militariza, criminaliza, y reprime a un pueblo movilizándose de forma justa. En el fondo, la apelación al “vandalismo” tiene que ver con un arma discursiva para desplegar un mecanismo inclemente de negación política. He allí la indistinción que se comete afirmando que toda violencia de parte del pueblo es ilegítima, en donde cualquier brote de movilización es catalogado como un acto atroz y como políticamente ficticio.
 
Finalmente, si volvemos a donde empezamos, al significado oficial de la palabra “vándalo”, es decir, aquel que actúa con brutalidad, violencia y espíritu destructor, en Colombia no hay mayores vándalos que las fuerzas armadas al servicio del gobierno y, a través de este, del gran capital. En este paro se ha demostrado como nunca la capacidad inmisericorde de la policía, del ejército y en general del cuerpo armado del Estado para negar de forma brutal a un pueblo agotado. Se nos ha violado de forma sistemática todo precepto de integridad humana, porque al pueblo se le ve como un obstáculo. Debemos sin embargo seguirnos movilizando, porque hemos demostrado que en la unidad podemos caminar hacia la transformación. Debemos también evitar los actos vandálicos que nos dividan y que estratégicamente den pauta al Gobierno para seguir estigmatizándonos, esto sin acallar nuestras voces y ceder ante la represión estatal. En síntesis, debemos seguir alimentando un movimiento histórico transformador de forma estratégica.
 
A las calles a marchar, ¡Viva el Paro Nacional!
 
Véase:
http://www.lasillavacia.com/queridodiario/la-marcha-en-bogota-mas-vandalismo-que-paro-45503

 

2015- CILEP

 

Tejido Juvenil Nacional Transformando la Sociedad - TEJUNTAS

Congreso de los Pueblos

  • Black Twitter Icon
  • Black Facebook Icon
bottom of page