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SOBRE EL FRENTE AMPLIO POR LA PAZ

El 6 de agosto pasado, en la página del Partido Socialista de los Trabajadores (PST), salió un artículo titulado “Frente Amplio por la paz y la Democracia: Reformismo electorero” (http://www.pstcolombia.org/article/frente-amplio-por-la-paz-y-la-democracia-reformismo-electorero). El artículo tiene una foto del lanzamiento del Frente Amplio por la Paz (FAP), llevado a cabo el jueves 5 de junio en el centro de convenciones Gonzalo Jiménez de Quesada, debajo de la  cual está consignada la siguiente frase: “El Frente Amplio por la Paz: una trampa para legitimar la guerra social de Santos”. 

Los compañeros del PST plantean que el FAP debe ser observado con atención y cuidado, porque tiene una agenda reformista y además respalda el proceso de paz, sin analizar a fondo el tipo de paz que se está negociando. Como dice la frase, el FAP es una trampa de Santos. En estos párrafos queremos cuestionar, con ánimo respetuoso y constructivo, algunos de los planteamientos y afirmaciones que se realizan en el artículo citado. Este momento es fundamental para las fuerzas sociales y políticas de izquierda en el país, en ese sentido los debates sobre los caminos a seguir y los objetivos perseguidos enriquece y recrea las prácticas políticas, o eso esperamos. 

 

El FAP desde su nacimiento ha generado polémicas en diferentes espacios de la izquierda colombiana y de la opinión pública nacional. Algunos han celebrado su nacimiento y se han sumado a la iniciativa, mientras otros lo han cuestionado y se han mantenido al margen. El FAP se  constituyó a finales del semestre pasado, con el objetivo de respaldar la reelección de Santos frente a la elección de Oscar Iván Zuluaga. El respaldo a Santos tuvo su raíz en el respaldo al proceso de paz que éste adelante en La Habana con las Farc, y al que se está explorando con el ELN. 

 

Aquí podemos señalar uno de los argumentos que el PST esgrime contra el FAP. Desde la perspectiva de los primeros, el FAP es instrumentalizado por Santos, para apoyar el proceso de paz desconociendo que hay diferencias en las concepciones de paz, “el discurso de una ‘paz’ vacío del contenido de las reivindicaciones de los trabajadores y los pobres, se convierte en el argumento de unificación de ‘todos los colombianos’, como si la paz de la burguesía fuera la misma que la paz de los trabajadores”, afirman. En esta argumentación se encuentran recogidos otros sectores, los cuales concuerdan en que el FAP respalda la visión de paz del santismo. 

 

Este debate es necesario abordarlo desde diferentes perspectivas. En primer lugar, el artículo del PST, toca un tema fundamental en la discusión de la paz, y es la concepción que se tiene de ésta, del cómo se entiende la paz, pero sobre todo, qué va a significar la “firma” de la paz. Esta pregunta tiene tres respuestas, que con matices, recogen el conjunto de la posiciones al respecto: i) La paz se logra cuando la insurgencia y la criminalidad sea aniquilada militarmente, ii) La paz se logra obligando a la insurgencia a que se rinda y se desmovilice, iii) La paz se construye a través un proceso de solución política que permita democratizar al país y avanzar en transformaciones y cambios.

El PST, plantea la pregunta certeramente, pero realiza la crítica en un nivel de superficialidad problemático. Asume que respaldar el proceso de diálogo con la insurgencia implica respaldar la visión que el gobierno tiene sobre éste, y los fines que persigue, sin cuestionar cuales son las visiones de paz de los actores que constituyen el frente.  Se confunde el apoyo del proceso, con el respaldo a la visión de rendición que tiene el establecimiento. En lo concreto, hay rechazo a la mesa de negociación y al proceso de diálogo que se viene adelantando, pues para ellos, apoyarlo no es políticamente correcto. Rechazar la mesa de negociación, más allá de las discusiones que sobre ésta existan, es un error, mucho más si de una organización de izquierda revolucionaria se trata.

 

Este es un error frecuente cuando se tiene una postura de rechazo homogéneo hacia el conjunto de dinámicas políticas que ocurren en el país, y por supuesto, cuando la guerra no se ha sufrido. Los otros actores que rechazan la mesa son los que viven de la guerra. No hay una persona de buen corazón, buena voluntad y con un mínimo de conocimiento de la realidad nacional, que no se alegre y celebre la existencia de la mesa de diálogo del gobierno con la guerrilla para ponerle fin a la confrontación armada. Quien lo haga que no se llame revolucionario o humanista.

 

Ahora bien, por supuesto que no es suficiente apoyar la mesa de diálogo, pero son tantos los enemigos que tiene, y era tal el riesgo en la contienda electoral, que respaldarla a viva voz era una necesidad inaplazable. Nosotras y nosotros, desde el Congreso de los Pueblos, hemos celebrado la existencia de las mesas de diálogo, pero hemos dicho que la paz no puede quedarse en lo que allí se defina ni en los actores que allí participan. Que la paz es un asunto del pueblo y que implica transformaciones, que la paz son cambios. 

 

Muchos de los actores participantes del FAP tienen visiones similares frente a la paz, y aunque se siente la urgencia de que el proceso avance y la confrontación armada termine, esto no implica renunciar a las visiones de paz con justicia social y con cambios. No obstante, hay otros actores en el FAP que pueden tener visiones más cercanas al gobierno, pero con los cuales compartimos la necesidad de presionar el fin de la confrontación. Esta discusión está abierta en el FAP.

 

El segundo argumento que el PST usa para cuestionar la legitimidad y validez del FAP es su programa político. Afirman que  el programa del FAP es reformista porque no le apunta a solucionar las verdaderas necesidades del pueblo colombiano. Afirman: “La base programática tiene cinco puntos: primero, solución política al conflicto armado; segundo, exigir que el Gobierno brinde garantías a la oposición política, lo que incluye trabajar en la construcción del estatuto de la oposición; tercero servir de garante en el cumplimiento de los acuerdos entre el Gobierno y la sociedad civil organizada; el cuarto, impulsar las reformas que la paz necesita, y el quinto, abogar por el cese bilateral al fuego o la implementación de los acuerdos especiales de humanización del conflicto interno, tal y como lo establece el protocolo dos de Ginebra [...]Este programa no dice nada del modelo económico, de las condiciones laborales de los trabajadores, ni de las condiciones de miseria de los campesinos, guardando silencio absoluto respecto al problema de la tierra [...] Nuevamente se cede en lo fundamental, quedando aplazadas para nunca la propuesta de solucionar las necesidades reales de las personas; este es el verdadero carácter reformista de la propuesta”.

 

El PST en estas afirmaciones vacía de contenido la paz, la separa de la cotidianidad de la vida, desconoce los planteamientos del FAP y adicionalmente confunde el instrumento con el objetivo. Si la paz no es una necesidad real de la gente, entonces no sé en qué país he vivido, y que historia política me ha marcado. Si la paz no tiene que ver con que los alzados en armas representan a un sector de los que nunca tuvieron opciones de participar políticamente, o con que los campesinos fueron expulsados año a año de las zonas de colonización, o con que el paramilitarismo ha sido la forma de controlar al pueblo insurrecto y de abrirle puertas al gran capital (y que hoy infestan las ciudades con ollas de microtráfico y vacunas), entonces no sé qué sea la paz. La única posibilidad es que el PST crea lo que critica, es decir, que la paz sea solo la desmovilización y la rendición, y que quizás es por eso que no tiene que ver con los problemas reales.

Las posibilidades de lograr cambios reales con el fin del conflicto armado, están en las manos de las fuerzas sociales y políticas y su capacidad de convocar al conjunto de los sectores nacionales. La insurgencia rechaza la visión de rendición del establecimiento y propugna por una paz con participación, cambios y justicia social. No obstante, el Estado se ha impuesto y las ganancias para el país han sido pocas. La composición del grupo de víctimas que estuvo en La Habana y la forma como se constituyó la comisión de intelectuales, da cuenta de eso. Son ejercicios iniciales muy positivos. Que haya más ganancias para el país, que el proceso de diálogo derive en transformaciones, que las mesas de negociación precipite cambios revolucionarios, depende de los sectores en lucha y de si sabemos aprovechar las oportunidades y las ventajas. En vez de criticar al Frente, hay que participar en él, problematizarlo y sumarle fuerza. 

 

En conclusión, y aunque este tema tiene mucho para cortarle, el FAP por la paz es una iniciativa diversa y reciente, en construcción. Le apunta a un objetivo fundamental para lograr transformaciones reales y significativas en el país, y es conformar una coalición de los inconformes con el extractivismo, el neoliberalismo, el paramilitarismo y la corrupción. De una coalición de esta naturaleza no podemos prescindir para los cambios. Faltamos muchos por participar y cada vez con más fuerza debemos hacerlo. Sin embargo, también tenemos retos al participar allí: disputarnos la concepción de paz que el FAP defiende y postula, definir la postura frente al gobierno y sus iniciativas y combinar la movilización con el ejercicio electoral para empujar realmente la paz con cambios, con los cambios que tanto hemos soñado y por los cuales hemos luchado.

 

A propósito de una crítica al Frente Amplio por la Paz, elementos para el debate

 

Sebastián Quiroga
Vocero Nacional Tejuntas
@sebaquiropa

2015- CILEP

 

Tejido Juvenil Nacional Transformando la Sociedad - TEJUNTAS

Congreso de los Pueblos

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